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El miedo a vivir con miedo

Por Juan Carlos Martínez Carlos Verna es uno de los políticos que más ha hecho en favor de la degradación del sistema democrático. En todos los espacios que ha ocupado desde que se lanzó a la arena política dejó marcas indelebles. Convencido de que el fin justifica los medios, todos los medios le han servido para alcanzar el fin buscado: el poder.   La ausencia total de escrúpulos y principios son sus principales virtudes. De otro modo no podría entenderse la presencia de un golpeador y torturador de mujeres como Juan Carlos Tierno vuelva a ocupar las mismas funciones de las que el mismo Verna lo despidió en 2006 por temor a ser arrastrado por el aluvión de denuncias originadas por el notable incremento de apremios ilegales en las comisarías.   Una práctica inhumana que se repite desde que Tierno volvió a manejar la Policía, ahora con un nivel de brutalidad que no encuentra límites mientras Verna mira para otro lado o clava la vista en la caja grande porque el dinero es más importante que el derecho que tienen las personas a vivir sin miedo.   Porque el miedo es lo que en definitiva permite aplicar políticas como las que impone el sistema económico vigente en todo el país, La Pampa incluida, por más que Verna pretenda distraer a la sociedad firmando convenios con la Universidad de La Pampa para seguir la evolución de los precios de la canasta familiar mientras el garrote y las balas de goma se convierten en el alimento cotidiano de quienes reclaman mejores condiciones de vida.   El desborde policial crece en medio del estridente silencio del gobernador, de la mayoría de los legisladores, de los políticos oficialistas y opositores y de un Poder Judicial cuya pasividad se está convirtiendo en una forma de complicidad.   Vivimos rodeados de policías que no se dedican a proteger sino a perseguir, detener y golpear a la gente en las calles, en las plazas o donde se les cruce alguien que por su aspecto físico, su indumentaria o por el color de su piel les resulte sospechoso.   La sospecha se ha convertido en una sentencia que sirve a la policía para detener, golpear y humillar a hombres y mujeres y hasta niños y adolescentes que guardarán para siempre en su memoria el trauma de esas experiencias.   Es más que inquietante para el sistema democrático advertir que para los sectores más vulnerables la presencia de la policía en su barrio es una señal de peligro que obliga a buscar refugio como si se tratara de escapar de una fuerza enemiga de ocupación y no de quienes deben garantizar sus vidas y sus bienes.   ¿Cómo se explica que un condenado a prisión con un denso historial delictivo pueda estar al frente de la seguridad pública? Se dirá que la Justicia tiene sus tiempos, que la sentencia debe ser confirmada en segunda instancia, pero el argumento se desvanece frente a la velocidad que aplican los jueces para resolver las causas que involucran a los más débiles.   Pero al margen de lo que hacen o dejan de hacer fiscales y jueces en el caso Tierno, su regreso al poder podría haberse evitado si Verna –creador de los cursos de fantasía llamados Aprender a Gobernar- hubiese tenido en cuenta que existe una ley de ética pública que podía haber aplicado para evitar que un monstruo con aspecto humano vuelva a tener en sus manos el poder de fuego con el que está haciendo estragos por todas partes.   A estas alturas ya no hay lugar para hablar o escribir con curvas, como decía Borges para explicar el lenguaje metafórico que utilizaban muchos argentinos en tiempos de la dictadura cada vez que intentaban contarle a la sociedad las atrocidades que los militares estaban cometiendo.   Frente a la realidad cotidiana de la que todos somos testigos, ya no se puede hablar de un acuerdo entre dos políticos que coinciden en un programa pensado y construido sobre bases y principios democráticos y racionales.   Ahora hay que decir descarnadamente que la permanencia del ministro represor más que un capricho del gobernador responde a pactos inconfesables que los mantiene unidos y transitando por los márgenes de la ilegalidad.   Si esos pactos están por encima de los derechos de todos los ciudadanos, y si para defenderlos se usa a la policía para sembrar miedo, el riesgo de perder nuestras libertades será cada día mayor.   El miedo a vivir con miedo es el peor enemigo de la libertad.